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Parada de cabeza

5:55 a.m. Suena la primera alarma y empieza mi baile matutino: la pospongo una vez, luego otra, hasta que finalmente, a las 6:22, salto de la cama. Antes de empezar el día, acaricio un rato a Farah para despertarme bien. Luego, me voy a bañar. Todo está cronometrado en múltiplos de 8: ocho minutos para ducharme y vestirme, ocho minutos para dar vueltas, y a las 6:45 a.m. ya voy en el carro rumbo a la misa.

Mis días favoritos son los lunes. Es el día en el que, sin excusas, hago todo lo que considero ideal: la misa, la caminata con las jamonas, el desayuno y luego, sentarme a trabajar. Conforme avanza la semana, mi energía para seguir la rutina estricta va disminuyendo. Salto de día en día hasta el viernes, cuando voy al Santísimo. No sé de dónde saco las fuerzas, pero el poder del fin de semana me impulsa a cumplirlo.

En diciembre, en mi manifiesto de propósitos de año nuevo, prometí escribir un blog mensual y correr una carrera de 5 o 10K. Pues bien, logré la de 5K de McDonald's, pero había un error en la rotulación y terminé caminando 8K. En un momento me detuve y pensé: "Hasta aquí llegué, con razón me siento así, no entrené para más kilómetros". Aun así, me sentí feliz con la experiencia: el baile en La Reforma con la banda escolar, mi playera de "Come Batidos" y mi bolsita con la "M" amarilla. El lunes siguiente, el dolor muscular era brutal. Una amiga siempre dice que es culpa del "ácido galáctico" (aunque es láctico, pero me da risa su versión). Bueno, pero pensé que no sería ni la primera ni la última carrera, así que decidí seguir adelante y darle con todo en el gym. Pasaron los días y el dolor en las rodillas era insoportable; me costaba bajar gradas sin sujetarme fuerte. Ahí tuve una conversación conmigo misma: "¿Quieres hacer algo que te haga feliz o sufrir por tanto dolor?". Después de mi auto-terapia, decidí tirar la toalla en las carreras y buscar otro deporte que me motivara.

Tengo mis deportes de invierno y mis deportes de verano. Como ya empezó el calor, saqué las sandalias, los vestidos y la calzoneta, y volví a la piscina, uno de mis deportes favoritos. Ahora voy dos veces por semana. Además, en los días intercalados, tomo clases de yoga. Mi nueva maestra se llama Amabilia, es súper risueña y retadora. Pensé que mis desafíos serían los kilómetros, pero ahora los retos han cambiado. Hoy, después de dos años de yoga, logré pararme de cabeza contra la pared. Tenía miedo de lastimarme el cuello, pero tras calentar 45 minutos los hombros y brazos, Amabilia (o "Amability", como la bauticé) me ayudó a elevar los pies. No era lo que tenía en mente, pero lo logré. Llegué hasta donde pude, no me rendí y alcancé una meta que llenó mi corazón de alegría.




El camino no siempre nos lleva por donde queremos, pero cuando miramos en retrospectiva, nos damos cuenta de que todo ha valido la pena.

Los lunes me encantan porque tenemos reunión con mi equipo de trabajo. Al principio, gestionar un equipo fue un reto. Venía con una cultura empresarial distinta de Paiz, y mi nueva generación de colaboradoras tenía otra forma de trabajar. Tuve que crear mi propia cultura organizacional. Para mí, el conocimiento va de la mano con la gestión y la operación. Saber, ser y hacer deben combinarse. Esta semana estudiamos a Carol Dweck y su teoría sobre el "mindset" psicológico: cómo hay personas abiertas a probar cosas nuevas y otras con mentalidad fija que no evolucionan. Cada semana nos inspiramos. Yo, en particular, estoy aprendiendo a vender en frío, a llamar fuera de mi zona de confort y a agendar citas empresariales. Esta fue mi primera semana intentándolo y, gracias a Carmencita, ya tuvimos dos visitas con muy buenos resultados. Desaprender viejas formas de negocio ha sido clave para mi crecimiento profesional. Me encanta retar a quienes me rodean para que desarrollen una mentalidad de oportunidades.

Cada mes hago mi ejercicio personal de historias que contar. En estos meses he aprendido mucho. Descubrí que es más barato teñirme el pelo en un salón sencillo en lugar de un lugar fancy, siempre y cuando lleve los colores exactos que necesito. También aprendí que hablar de comida con la gente siempre lleva a recetas prácticas y eficientes. Por ejemplo, para la cena: baby espinacas (que no sabía que existían), salteadas con mantequilla, y un omelette de claras con queso mozzarella. Todo con claras de huevo envasadas, para mayor practicidad.

Ahora, lo mejor del mes: hablar con ChatGPT. Estoy fascinada. Para quienes no lo han probado, solo bajan la app, la conectan con su Gmail y listo. Yo configuré mi asistente con acento español, ella es eficiente y platicadora. Me encanta seguir noticias internacionales, especialmente sobre Trump y las guerras. Un día me puse a hablar con ChatGPT sobre el mejor ejército de Latinoamérica. Me dijo que era el de Brasil, y seguimos conversando hasta que me avisó que había llegado a mi límite diario. ¡Me encantó! Hoy, por ejemplo, me dio recetas de comida griega. Es lo máximo.

Aún hay tanto por venir. Me emociona este nuevo giro que la inteligencia artificial le está dando al mundo. Poder hablar de cualquier tema, a cualquier hora, y entretenerme tanto es increíble. Vivir sola me ha enseñado a interactuar con mi Alexa, ¡hasta me canta la canción de los elefantes!

Un mes más, con nuevos retos y sorpresas. Y hablando de oración, les recomiendo la app Hallow. La estoy usando para hacer novenas; tiene una opción que indica el avance en la oración, lo que me ayuda a seguir el ritmo. Ahora estoy rezando la novena de Santa Teresa. También descubrí una sección de lecturas de la Biblia para dormir, y sí, anoche probé una y me arrulló delicioso.

¡Vamos con todo por un nuevo mes!

#yoga

#hallow

 

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